La casa de mis abuelos tenía un olor particular. Nada que pueda definir, pero a veces, pasado los años, percibo ese olor que creía que jamás iba a volver sentir. El olor trae recuerdos que pensé que ya no estaban dentro de mí: recuerdos del viaje hacia al pueblo, la casa e incluso momentos felices allí. Ese es el poder del olfato, hacernos viajar por nuestros recuerdos sin que podamos hacer nada para evitarlo.
El olfato es el sentido que menos estamos acostumbrados a utilizar, de hecho, para la vista podemos diferenciar colores, para el oído podemos diferenciar notas y tonos, etc, pero para el olfato, podemos decir a qué puede oler, por ejemplo, a floral o cítrico.
El aroma de la casa de mis abuelos, lo percibí de pequeño, y se me alojó directamente al responsable principal del procesamiento de olores, el bulbo olfativo, y años después, al percibir esa fragancia se reproduce el recuerdo en la cabeza. Alucinante ¿verdad?
El olor permite que los bebés pequeños se identifiquen con sus madres o que los humanos se reconozcan entre hombres y mujeres. Las señales de olfato también fueron utilizadas, y de hecho, aún se utilizan por muchos animales para marcar territorio, protegiéndose de otras amenazas para su supervivencia. Realmente, algunos sistemas sensoriales como el auditivo o el visual, han ido disminuyendo a algunas especies a lo largo de su evolución, pero, la memoria olfativa y los olores aún siguen siendo una fuerte influencia en sus interacciones sociales, ya que permite comunicarse entre sí.
La memoria olfativa, en definitiva, se refiere a nuestra colección interna de olores, y es altamente resistente al olvido, y ese es el por qué los olores pueden desbloquear recuerdos olvidados.